El otro día iba yo por Santako con mi pulsera de la bandera rojigualda, junto con la verde de VOX y el escapulario de la Inmaculada Concha de su madre, cuando de repente se me acercó una señora catalana (lo supe porque hablaba raro y tenía un lazo amarillo de dos metros cosido a la epidérmis torácica con un sello de la Generalidad de Cataluña). Lógicamente, dado que no conozco esa lengua infernal, y a ella le habían prohibido todo contacto con la Cervantina Lengua del Imperio (el Español de España), tuvimos que recurrir a la lengua de signos para entendernos.

Aunque he de decir que ella lo intentó con el Inglés, el Francés, el Ruso y el Mandarín, pero yo, como buena Española, me niego a hablar como los hijos de la Gran Bretaña, los afrancesados, o los comunistas.

Así pudo ella explicarme que quería que la rescatara de la dictadura independentista, que llevaba 10 años sin oír una palabra en Español, ya que a todo aquel que osara intentar aprenderlo o hablarlo lo mandaban a campos de reeducación en Dachau (provincia de Benidorm). A cambio de que la sacara en mi Audi A5, me ofreció un riñón para los traficantes de órganos, pero yo, henchida de magnanimidad y amor a la Patria le dije que me conformaba con su piso en la playa y sus hijos para tenerlos de servicio doméstico sin cobrar.

Ella me abrazó entre lágrimas de emoción, se metió en el maletero y salimos a 240 por hora por la autopista El Vendrell – Cuenca. Hoy en día, libre de la carga de sus hijos adoctrinados, vive feliz y contenta de reponedora de botellas de Ginebra de Hermann Tertsch, aunque, como ella dice, es un trabajo agotador, pero alguien tiene que hacerlo. ¡Arriba España!

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